Por amor a vos


Cada vez que ibas al gimnasio, te sentías otro. Será porque querías conseguir algo por vos mismo y eso te daba pilas para seguir adelante. Porque a pesar de todo lo que conseguirías o no, el esfuerzo que hiciste por superarte no lo puede llegar a valorar nadie: sólo vos sabías que sudaste hasta morir sin secarte la frente, que corriste sin mirar el cansancio de tus piernas, que levantaste los brazos sin caer en el suelo, que seguiste para tratar de sentirte mejor. Y al final, eso es lo que cuenta: las ganas que pusiste en dejar de ser uno más de los que se rinden.

Y a tu lado siempre estuvieron tus viejos y tus amigos, quienes nunca dejaron de apoyarte y acompañarte, porque ellos eran tu verdadero equipo que nunca te falló para que siguieras adelante.

Cada uno de ellos te aportaba algo y vos los escuchabas con atención porque sabías que dos cabezas siempre pensaban mejor que una. Y así fue como gracias a sus consejos, nunca dejaste que la pereza te ganara, porque tenías una meta que superar en tu vida: asombrarte de lo que vos podías hacer por vos mismo.

Un día entraste en una carrera y comenzó la cuenta regresiva. Todo pasó muy rápido y a lo largo de las competencias, empezaste a sentir un cosquilleo de emoción al ver la cara del otro que te saludaba en la largada deseándote buena suerte; esas personas te inspiraban respeto porque sabías que habían luchado tanto o más que vos para estar ahí. Lo sentías cada vez que estrechabas sus manos, porque creías que ese otro merecía, no sólo tu respeto, sino tu admiración.

El tiempo siguió su curso y tuviste que dejar el país para las semifinales en Brasil donde todo era carnaval, samba, verde y amarillo y diversión; pero vos llegaste con un aire distinto, con el zumbido a Tango en la oreja y el recuerdo del mate en la cabeza.

Ahí fue cuando te calzaste las zapatillas y la celeste y blanca; fue cuando te diste cuenta que entre tanto baile, estaba la melancolía de un porteño que luchaba por un ideal: el de tratar de soñar.

Empezaste a descubrir que llevar puesta la camiseta tenía que ser un acto digno y creíste sentir la lealtad hacia el país que venías a representar, a defender. También viviste esa lealtad hacia tus compañeros de carrera porque sabías que si hacías trampa, nunca ibas a sentirte auténtico y viste que el sólo hecho de intentar, te hacía más valioso frente a los demás.

Y ganaste, y tu emoción llegó al cielo cuando gritaste sin creer lo que pasaba...
Entonces te diste cuenta que sumando el equipo que siempre te apoyó, más el respeto hacia tus compañeros y hacia vos, más la lealtad para con tu camiseta y tus iguales, te llenaban de ESPIRITU DEPORTIVO, que desde aquel día en el podio, se transformó en tu única forma de competir.

Ah, nunca dejes de sentirlo, es por amor a vos.

Cecilia Inés Arancibia Roffler
Colegio Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús
Capital Federal