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  Publicación mensual que abarca los Programas de la Fundación, e incluye distintos temas y disciplinas educativos de gran interés, que la convierten en un instrumento de trabajo coleccionable y de alto impacto en este ámbito.
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El otro lado del aula
 
 
 
Los valores: de la palabra a la accion
 

Los momentos que podemos crear en la escuela para la formación y modificación de actitudes. Una propuesta para EGB 2.

“Para que pueda ser he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia”. (Octavio Paz)

 

Los fundamentos que no pueden faltar

En la actualidad, afirmar que la enseñanza de valores es tarea de la escuela, ya no es materia de discusión. El mayor desafío que debemos enfrentar los educadores es cómo encarar tal enseñanza.

Sabemos que el aula y la escuela son un ámbito ideal para la enseñanza de valores pero a menudo nos resulta compleja la creación de situaciones, espacios o momentos para que nuestros alumnos puedan pasar “de la palabra a la acción”. Es decir que los valores no permanezcan en un plano discursivo como un himno recitado sin convicción. “Hay que compartir”, “Tenemos que respetarnos”, etcétera.

Es sabido que donde hay personas que comparten momentos, tareas, actividades y espacios físicos siempre aparecen conflictos o incluso problemas de relación.

A pesar de partir de la afirmación de que el individuo es un ser social y que la coexistencia es la estructura de las relaciones humanas, no siempre nos detenemos a observar lo que está aconteciendo en un grupo y difícilmente analizamos el comportamiento grupal.

La creación de espacios de vivencia y reflexión dentro del aula, como proyectos, espacios institucionales, asambleas, talleres de convivencia, constituye un excelente marco para el abordaje del tema que nos ocupa. La intencionalidad pedagógica es la de propiciar un clima de relaciones verdaderamente humanas entre las personas que conforman el grupo, entre el grupo y cada integrante, entre el grupo y otros grupos, entre el grupo y las autoridades, etcétera.

Como todo acto educativo, estas actividades poseen finalidades a largo plazo respecto de los alumnos :

•  que formen su criterio sobre cuestiones fundamentales;

•  que aprendan a reflexionar sobre temas que tienen una clara dimensión social y personal;

•  que aprendan a analizar, profundizar y argumentar sobre temas involucrados en las relaciones humanas;

•  que vivan los valores con coherencia.

Vale la pena destacar que los espacios que se crean (bajo la denominación que el docente o la escuela determinen) no son más que “momentos” en los que pueden trabajarse algunas actitudes que al docente (o a la escuela) le interese promover o desarrollar, como la libertad, la responsabilidad, la sinceridad, el trabajo, la fortaleza, la voluntad, la convivencia, el orden, la confianza, el respeto mutuo, la solidaridad, la justicia, la generosidad, la amistad, el compañerismo, el cuidado del ambiente natural, el cuidado por pertenencias propias y comunes, etcétera.

Es deseable que en este espacio también puedan ser incluidas las situaciones grupales o aquellas otras conflictivas vividas entre algunos alumnos. Lo importante es que estas situaciones puedan enmarcarse dentro de una propuesta de enseñanza de valores o modificación de actitudes. Es decir que los conflictos que se suscitan entre los alumnos puedan servir de elementos de diagnóstico para el docente con el fin de abordar el tratamiento de actitudes que deberían modificarse.

Es posible que, una vez instaurado el espacio, los alumnos propongan abordar alguna problemática puntual. Aquí la mirada atenta del docente es fundamental puesto que debe jugar un rol de cuidado, diagnóstico y, sobre todo, de buena conducción. Esto significa que no deberá perder de vista que muchas veces, las situaciones que viven los niños están relacionadas con hechos o actitudes más profundas a las que habrá de atenderse.

Al analizar las situaciones que se reiteran, seguramente podrán ser enmarcadas en aspectos que aún habrá que trabajar con el grupo y tal vez, con algunos niños de manera particular. Por ejemplo: dificultades para compartir, actitudes de intolerancia, falta de respeto, etcétera.

En este sentido, será fundamental tomar decisiones, planificar acciones, seleccionar materiales para trabajar estos aspectos sin convertirlos en los problemas entre “Juan y María” o los problemas entre “los varones y las nenas”.

Para formar individuos capaces de identificar y vivir de acuerdo con los valores que universalmente reconocemos como deseables, es necesario diseñar estrategias didácticas adecuadas con el fin de ayudar a los chicos a orientarse ante situaciones que plantean conflictos de valores, formar actitudes desde una posición progresivamente autónoma y aplicar las normas de convivencia acordadas en forma grupal.

¿Por dónde empezar?

En primer lugar, el docente tendrá un diagnóstico de la situación que atraviesa el grupo. Es decir que los conflictos o situaciones que él ha observado en diferentes momentos le han aportado diversos elementos para encuadrar el problema. La observación directa es una manera de focalizar la mirada en relación con lo que sucede en un tiempo determinado en cualquier situación escolar, formal o informal, que atraviese el grupo: un momento de juego, una clase, una salida, etc. Los indicadores se establecen previamente y sirven de orientación para el observador.

Antes de la creación del espacio:

•  seleccionar los valores sobre los que se quiera trabajar durante el año en cada curso del nivel;

•  determinar la cantidad de encuentros (puede ser uno por semana o uno por quincena);

•  presentar a los alumnos este espacio de trabajo, sus objetivos y su intencionalidad como docente;

elaborar junto con los chicos un código o reglamento de funcionamiento. Es decir, tanto lo que está permitido como lo que no lo está. Por ejemplo: forma de participación, actitudes, temas, etcétera.

Los valores no pueden enseñarse con discursos ni por imposición. Los alumnos podrán incorporarlos vivencialmente si en el aula se crean espacios de vivencia y reflexión.

Las ideas que construimos sobre el tema

Cuando reflexionamos sobre la manera de encarar este tipo de trabajo se advierte que:

•  es preciso evitar acusaciones individuales;

•  el resultado de lo conversado en un espacio de reflexión como los que propiciamos no puede conllevar a sanciones disciplinarias y debe conducir a cambios en las conductas o en las acciones;

•  es necesario que los alumnos logren “problematizar el problema” para que se convierta en un objeto de análisis o en un problema del grupo. De lo contrario, se constituye en problema del docente y no del grupo;

•  el docente es quien conduce esas situaciones, aunque reciba las sugerencias y opiniones de los chicos. Y, en tanto conductor, debe orientar la discusión y enseñarles a los alumnos a priorizar los temas de análisis y discusión. De esta manera, puede “tamizar” (que no es lo mismo que “censurar”) lo que los niños traen como problemas;

•  aún cuando se deban abordar problemáticas profundas o actitudes no deseadas por parte de los chicos, se debe procurar el señalamiento de otras actitudes positivas de los alumnos o del grupo en cuestión.

 

Algunas puntas para trabajar en el aula

Antes de cada reunión (encuentro, taller o asamblea):

  • Clarificar qué se desea trabajar con los alumnos de manera de mantener el propio lugar de conductor de la situación.
  • Elaborar una situación disparadora de la reflexión (puede ser un juego, una lectura, un video, una dinámica, un caso. Si se trabaja sobre los conflictos y/o situaciones reales evitar que los alumnos se conviertan en acusadores unos de los otros).
  • Diseñar preguntas orales, escritas, individuales y/o grupales que faciliten el análisis de la situación disparadora. Se trata de actividades y temas adecuados a la edad de los alumnos.

Durante la reunión:

  • Una vez analizada y trabajada la situación disparadora, abordar las conclusiones.
  • Dejar registradas las conclusiones. Éstas pueden ser la visualización del problema sobre la que el grupo tendrá que trabajar o una serie de compromisos que luego se evaluarán grupalmente. La autoevaluación y la evaluación entre pares es una técnica que favorece la reflexión sobre el desempeño propio y el grupal. El docente debería dirigir la reunión con el fin de hacer pensar a los alumnos sobre el tema, procurando resaltar las actitudes positivas .

Después de la reunión:

  • Sería conveniente hacer presente lo conversado y registrar los acuerdos alcanzados por el grupo.

Para una correcta evaluación del conflicto, no deben olvidarse, entre otros, los factores personales que inducen a algunos niños a comportarse en forma inadecuada.

 
 
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